Planificar la recuperación: Cómo reequilibrar el crecimiento y la demanda a escala mundial

Ante la gradual desaparición de las medidas de estímulo, muchos gobiernos optan por la austeridad. Según el Informe sobre el Trabajo en el Mundo 2010 de la OIT, ninguno de los dos enfoques aborda los factores subyacentes generadores de la inestabilidad económica mundial. Informa Gary Humphreys.

El final llegó con rapidez, al igual que la respuesta. Ante la completa suspensión de los créditos interbancarios tras la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008, los bancos centrales recortaron drásticamente los tipos de interés y prestaron una sustancial ayuda en forma de garantías crediticias, inyecciones de capital y, en algunos casos, nacionalizaciones. La tarea salió cara.

“Se estima que el rescate del sistema financiero internacional tuvo un coste total para los Estados Unidos y la Unión Europea de 11,4 billones de dólares, lo que equivale a una sexta parte del PIB mundial”, señala Raymond Torres, Director del Instituto Internacional de Estudios Laborales de la OIT.

Ha sido muy criticada la forma en que se sostuvo al sector bancario. En palabras de Vasailis Xenakis, secretario general de Asuntos Internacionales del sindicato griego ADEDY: “los bancos crearon el problema, pero fueron los ciudadanos los que tuvieron que pagar.” En cualquier caso, probablemente, no hacer nada en absoluto (permitir que el sistema bancario se hundiera, y la economía mundial con él), habría resultado peor para todos. “Sin estas políticas, se corría un riesgo significativo de caer en una segunda Gran Depresión”, advierte Torres.

El apoyo de los gobiernos no se destinó únicamente a los bancos. Los gobiernos que pudieron permitírselo, recortaron impuestos y elevaron el gasto público como medidas de estímulo, con un coste que se situó en torno al 1,7% del PIB mundial en 2009, de acuerdo con las cifras de la OIT. Torres alaba asimismo a los responsables de la formulación de políticas por no recurrir al proteccionismo. “Mantener los flujos comerciales revistió una enorme importancia, sobre todo en el caso de las economías en desarrollo, que dependen de las exportaciones para impulsar su crecimiento”, señaló, destacando que se salvaron o crearon1 unos 20 millones de puestos de trabajo gracias a la respuesta de las políticas que, en la mayoría de los casos, se centraron en estimular la demanda y, al mismo tiempo, atenuar, al menos en parte, la repercusión social de la crisis.

Del estímulo a la austeridad

Con todo, el año pasado cambió la situación: los gobiernos modificaron el rumbo y pasaron del estímulo, a la austeridad. Esta variación en las políticas se produjo con gran celeridad. El 23 de abril, en la reunión de los ministros de economía del G20 celebrada en Washington, todavía se hablaba de la necesidad de estímulos y, sin embargo, para el 5 de junio, la posición del G20 había cambiado y se propugnaba la “consolidación” fiscal2. Entre esas dos fechas, Grecia estuvo cerca de caer en el impago de su deuda soberana. Lo que sucedió, o casi sucedió, en este país ha alterado el tenor de los debates sobre políticas a escala internacional.

Pero, ¿debía alterarse? “La realidad es que los Estados soberanos necesitan obtener crédito en los mercados de obligaciones, y a los compradores de deuda soberana les gusta saber si se les va a pagar”, señala Ekkehard Ernst, analista de investigación de la OIT, al explicar el referido cambio de rumbo. La solvencia de un país se basa en la situación de sus cuentas y, por tanto, el recorte del gasto puede aminorar el coste de la obtención de préstamos. Es lo que Grecia confía en conseguir para conservar las ayudas del FMI y la UE. Sin embargo, ¿qué efecto ejerce la austeridad en la economía global de un país que trata de recuperarse de la recesión? Y ¿cómo repercute en la sociedad?

“Existe un peligro real de que la austeridad fiscal debilite la frágil recuperación económica en curso”, comenta Torres, y añade que los países desarrollados han sido los más duramente golpeados por la recesión. Un número sin precedentes de trabajadores han quedado sin empleo y, dos años después de la quiebra de Lehman Brothers, las fábricas siguen funcionando muy por debajo de su capacidad.

“Es necesario considerar alternativas al crecimiento basado en la exportación, y abordar la cuestión, cada vez más importante, de la desigualdad de los ingresos”

De acuerdo con las estimaciones de la OCDE, es poco probable que antes de 2015 se cierre la brecha entre capacidad y producción en los países que conforman esta organización. Por desgracia, son los países que luchan por salir adelante económicamente, los que más necesitan de estímulos, los que son obligados a “dar un frenazo” para obtener efectivo en los mercados de capitales. El despido de funcionarios públicos, o el recorte de las prestaciones sociales, deprimen la demanda de los consumidores, lo que, a su vez, ahoga la actividad de unas empresas ya debilitadas por las restricciones de los créditos bancarios (véase el artículo titulado “Ajustar las finanzas”), pero se “ven bien” bien en el folleto de una emisión de obligaciones.

Frente a una demanda interna a la baja, muchos gobiernos se centran en las exportaciones como vía de salida de la recesión, y los Estados Unidos son un ejemplo notable de este tipo de actuación. El Presidente Obama convirtió el crecimiento de las exportaciones en un tema central de su discurso sobre el estado de la Unión en enero, y se ha comprometido a duplicar las exportaciones de Estados Unidos en los próximos cinco años. Tal estrategia ya ha funcionado antes. Suecia y Finlandia hicieron lo mismo a principios de la década de 1990, y Tailandia, Malasia y Corea del Sur siguieron la misma política a finales de la misma.

Sin embargo, el mundo ha cambiado mucho desde 1999, sobre todo en lo que respecta a la demanda en los países desarrollados. De hecho, Estados Unidos lleva tiempo exportando más a los mercados emergentes que a los desarrollados, y para impulsar aún más las exportaciones, necesitará que los países con mercados emergentes, y especialmente China, potencien la demanda interna. Los tipos de cambio juegan un papel importante en este proceso, y el debate en curso entre China y los Estados Unidos respecto al valor del yuan es indicativo de su relevancia.

Lecciones de la crisis

En cualquier caso, al otorgar prioridad a la balanza comercial, ¿se pasa por alto una lección más importante que brinda la crisis? Torres así lo cree. “Es necesario considerar alternativas al crecimiento basado en la exportación, y abordar la cuestión, cada vez más importante, de la desigualdad de los ingresos”, afirma, y destaca la distribución cada vez más desigual de la riqueza en las economías desarrolladas como uno de los principales elementos impulsores de la inestabilidad en la economía mundial, y como factor de enorme relevancia en la generación de la crisis de 2008. En los Estados Unidos, los salarios reales medios crecieron únicamente en un 0,3% anual entre 2000 y 2006 (frente a unos incrementos de la productividad del 2,5% anual), mientras que el porcentaje de renta correspondiente al segmento compuesto por el 10% de los hogares más ricos aumentó, refiere Torres, y señala que el ratio de retribución de los directivos en las 15 mayores corporaciones de dicho país, respecto a los salarios medios en el mismo en su conjunto, pasó de 370, a 521 entre 2003 y 2007.

Uno de los efectos de esta caída general de los salarios fue el descenso de la demanda agregada, fenómeno al que se ha asistido en las economías tanto avanzadas, como emergentes. No obstante, debido a la laxitud de la normativa sobre créditos en ciertas economías avanzadas, y especialmente en los Estados Unidos, el Reino Unido, España e Irlanda, a pesar del estancamiento de la renta real, los hogares tuvieron la posibilidad de seguir adquiriendo bienes duraderos mediante la acumulación de deudas3. Fue la deuda lo que alimentó la demanda interna en los Estados Unidos, hasta que se alcanzaron los límites crediticios y comenzaron los impagos. Una dinámica similar se desarrolló a escala macroeconómica. Para Torres: “durante un tiempo, los superávit generados por las economías emergentes impulsadas por la exportación, como China, financiaron el crecimiento basado en la deuda de otros países, pero, en última instancia, la incapacidad de los deudores para financiar los créditos adquiridos resultó insostenible”.

Retribuir con un salario justo

Si los salarios hubieran reflejado las ganancias de productividad, habría sido menos necesario que la deuda privada o las subvenciones públicas sostuvieran a los grupos de renta baja con prestaciones relacionadas con el empleo, impuestos sobre la renta negativos y otras políticas similares. Huelga decir que el ajuste de los salarios a la productividad no ha constituido una prioridad en los debates del G20 o la Organización Mundial del Comercio sobre la recuperación y la manera de lograrla.

Para incorporarse a la agenda, las instituciones del mercado de trabajo tendrán que hacerse oír. Y no será porque no hayan alzado ya su voz. Los que se manifestaron en huelga por las calles de Atenas, Madrid o París han reclamado que se detenga el desmantelamiento de las prestaciones sociales en nombre de la austeridad, pero apenas se ha avanzado en el debate que vincule la productividad con la remuneración.

En otras palabras, pagar a los trabajadores un sueldo justo puede corregir en buena medida la inestabilidad de la economía mundial mediante el impulso de la demanda agregada. Un ejemplo del tipo de iniciativa que parece funcionar es la Ley de Contratos de Trabajo de China, que entró en vigor en 2008, reforzó los derechos de los trabajadores y liberó las presiones que impedían aumentos salariales y mejores condiciones de trabajo, como medidas de adaptación y ajuste al crecimiento económico logrado previamente.

Se puede ir más allá. De acuerdo con un reciente estudio a cargo del McKinsey Global Institute, una expansión moderada de los sistemas públicos chinos de pensiones y seguros de enfermedad elevaría el porcentaje del consumo respecto al PIB del país entre el 0,2 y el 1,1% para 20254. Esta medida facilitaría la conversión de la demanda interna en un motor más sólido del crecimiento económico del país y, obviamente, elevaría las oportunidades para los socios comerciales de China.

Lógicamente, los desequilibrios comerciales constituyen únicamente uno de los problemas a los que nos enfrentamos. En la próxima década, se prevé que la población de Europa occidental en edad de trabajar comenzará a reducirse en un porcentaje aproximado del 0,3% anual. En Japón, la cifra se acercará más al 0,7% anual. Incluso en América, con un crecimiento de la población más sólido, la expansión de la población en edad de trabajar se ralentizará hasta situarse en torno al 3%, lo que equivale a menos de un tercio del promedio de posguerra.

En este contexto, las tendencias referidas parecen ofrecer una ventaja: menos trabajadores compiten por los empleos. Sin embargo, lo que conllevan en realidad es una mayor carga para los programas de prestaciones sociales y asistencia sanitaria. El debate de la provisión de estímulos frente a la austeridad va a plantearse en numerosas ocasiones. Para Xenakis, de ADEDY, el debate sobre la formulación de políticas debe ampliarse para incluir la consideración de asuntos distintos a los que se tratan en los folletos de emisión de deuda. “Se trata de tomar decisiones respecto al modelo social con el que queremos vivir”, afirma. “Es ahí donde debe comenzar el debate sobre políticas.”

1 Instituto Nacional de Estudios Laborales: Informe sobre el Trabajo en el Mundo 2009: la Crisis del Empleo en el Mundo y Perspectivas Futuras (Ginebra, OIT, 2009).

2 Comunicado de los Ministros de Economía y Gobernadores de Bancos Centrales del G20, Busan, República de Corea, 5 de junio de 2010

3 Informe sobre el trabajo en el mundo 2008, Desigualdades de la renta en la era de la globalización financiera, OIT, Ginebra, 2008; Joseph E. Stiglitz, Wall Street’s Toxic Message, 2009; Raymond Torres, 2010 (artículo de próxima publicación en la Revista Internacional del Trabajo).

4 McKinsey Global Institute, Beating the recession, 2009.